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MI NOMBRE ES...

 








El día de hoy ocurrió algo realmente extraordinario. Recibí de la Notaría la matrícula de mi seudónimo  y me sentí bautizado, renombrado, oficialmente  Cavisa. Aquel simple papel jurídico me ofrece la potestad de poder firmar mis libros, de ahora en adelante con dicho nombre.


La cuestión a todas luces parece obvia e irrelevante, porque siempre me han dicho Cavisa, me gusta que me nombren así, pero, es que hay tanta historia detrás de esa palabra: 

Hace algunos muchos años, en el colegio Deogracias Cardona, tuve que soportar el enorme peso de llamarme Vicente, en una época en la que personajes como Vicente Chambón, "Vicente para donde va la gente" desdibujaban el verdadero sentido de este nombre: Vicente, de origen latino Vincentius, relativo a la palabra vincens, que significa "el vencedor".


Nunca me sentí vencedor, cargaba el lastre de la derrota con todos mis años escolares perdidos y el bullying de aquellos que me gritaban Vicente Chambón, comparándome con el personaje de ese portentoso comediante Chespirito tan popular por esa época, pero quizás uno de los más odiados por mí, con la profe Leticia gritándome en clase con su voz gangosa "Para dónde va Vicente..." y todos en coro repetían con crueldad: "Para donde va la gente..." !No! !yo quería ir a otro lado, llevar la contraria de toda esa masa aburrida y predecible que la profe de ciencias quería moldear. Quería ser otro, tenía que dejar de cargar el peso de mi padre, llamado Vicente, y cuya estricta perfección con las tareas, cuya pesada rectitud, así como su mal genio le daban a su nombre una connotación tan enorme como la sombra de un eclipse jupiteriano del que no podía huir. Vicente el contador, el serio, el circunspecto, el trabajador, el estricto, el padre, el castigador, el silencioso llenador de crucigramas. Nada de eso quería ser yo, por eso intenté convertirme en su contraparte... en su némesis. Y me dediqué al teatro, a jugar, a escribir, a inventar, a reír, a pintar y al final, no sé si me hice artista por rebeldía o vocación.

Fue el profesor Ricardo quien notó mi disgusto con mi nombre, que no era más que otra cosa que el disgusto conmigo mismo. Eso de no encajar en una ciudad, en un grupo, en una casa, en una sociedad a veces tan uniforme, tan despiadada, tan rígida  puede ser terrible para un chico de trece años. "No te gusta tu nombre" me dijo y yo solo pude asentir, ante sus capacidades adivinatorias. "Entonces, ya que te gusta eso de ser artista porque no te inventas un seudónimo"  En verdad me gustaba la idea de ser artista y después de averiguar qué carajos significaba un seudónimo accedí a buscarme uno. Junto con un compañero cuyo nombre aún sigo lamentando no recordar, porque lo llamaba el Mono, y así se quedó en mi memoria, y que ojala aparezca como por arte de magia para agradecerle su compañía durante esos aciagos días, me dediqué a buscar ese otro nombre que me identificara de ahí en adelante, fue el Mono el que me dijo que juntara las iniciales de mis nombres y apellidos, eso hice, y apareció un sonoro Cavissa que escribimos con doble ese, para que se pareciera a Picasso (uno a los 13 no suele ser pretencioso sino imprudente) El profe al darse cuenta de que ya tenía una firma me hizo salir al tablero, pidió que dibujara su caricatura y que la firmara con mi nuevo pseudónimo. Firmé "Cavissa", el borró la ese y me presentó ante el grupo como "Cavisa" el artista. El Mono aplaudía y yo ya tenía un nombre y un destino.

 Luego el profe Ricardo habló de los significados de los nombres, dijo que Alejandro provenía del griego Aléxandros que significa 'el defensor, el protector' o 'el salvador del varón'. Alejandro se levantó de su silla orgulloso y el profe le dijo que ahora su misión era proteger a Cavisa, cuestión que me pareció muy conveniente porque ese enorme mastodonte era el que más se burlaba de mí. Luego dijo que Carlos significaba el amoroso y Vicente el vencedor, que yo era el que vencía con amor y supe que eso debía hacer en adelante. En fin, fue una buena clase. Inolvidable.

Muchos años después la maestra Nidia Bejarano nos hablaba en la universidad de Antioquia del nombre, de la importancia de reafirmarlo, protegerlo, defenderlo. Y puse Cavisa en un tablero de nuevo, con toda su carga significativa: el creativo, el artista, el que pinta, el que sueña, el que crea artefactos, el que cuenta cuentos, el que inventa... lo intenté reafirmar con mi trabajo a lo largo de estos años, quise trabajar en función de él, lo cuidé con pasión y amor, pero al final lo traicioné, olvidé ya muy de seguido su sentido y resultaba ser hasta ahora solo un sobrenombre con el que no podía firmar ninguno de mis libros por cuestiones de ley, y eso me hacía sentir mal, como si lo mío se tratara de un simple apodo.

 Por otro lado, en mi interior habían serias tensiones, muy humanas muy personales que les comparto con transparencia; por un lado me sentía en la obligación de honrar a mi padre, de no perder el Vicente con todo lo que esto implicaba; el que administra, el gerente, el que dirige, el que vigila, el que controla, el que controla mucho, el que controla todo, el que controla vidas, el que controla el tiempo y los latidos de mi corazón... Esto me condujo a una especie de doble vida: el doctor Jeckill y el señor Hyde, el señor Vicente y Cavisa, dos tipos peleándose dentro de mí, a muerte, uno tratando de eliminar al otro, una puja de años en mi cerebro que terminó por convertirme en esta cosa amorfa que ahora soy; medio administradora, medio gestora, medio creativa, medio papá, medio monstruo, medio amor, medio hipotecada, medio despreocupada. Y dirijo gente, hago proyectos, soy jefe de una biblioteca, hago cuadros de Excel, planes, presupuestos, etc... y trato de lidiar tanta responsabilidad con algo de arte, intento ya muy de vez en cuando escapar con un cuento de la absurda cotidianidad del oficinista, de reír con un gesto, trato de ver una película solo, o andar en moto, es decir ser Cavisa en medio de tanto Vicente. Pero, esas cosas van perdiendo terreno y uno termina hundido entre papeles vencidos.


Fue hace pocos días, que manejando el carro tuve un ataque de pánico, cuando escuche en la radio a Katy Perry, !Katty Perry y esa canción del tigre, Roar! Ay mi Dios, toqué fondo. Ese tema hizo que se me vinieran las lágrimas. Pensé en ese niño, ese pequeño Cavisa que llevaba adentro de mi alma, en el estómago, (creo que mi alma está en el estómago), pero él se quería ir, salirse para siempre, dejarme vacío y solo. Tuve que parar el tráfico entre llantos ahogados y rogarle apretando mi estómago, pedirle con toda mi alma que se quedara, que no se fuera, que iba a dejar de comer como loco, que iba a dejar de tomar café y volver al chocolate, que iba a  jugar de nuevo, que se quedara un rato más, que me diera otra oportunidad, que no dejara que Vicente se quedara solo conmigo y llenara con su existencia gris mi propia existencia, que volviéramos a contar cuentos y hacer locuras: bibliobuses, motos con alas, amigos raros, cuadros imperfectos... Que uno se pierde a veces, entre las ocupaciones, las deudas, el laberinto kafkiano de las imposibilidades, pero que hay una luz, por allá, en algún lado, un rostro que te recuerda el niño, el propósito feliz, el Cavisa que eres.

Llamé a mis amigos, busqué ayuda, hablé con Alex y él siempre tan lúcido me dio pistas para sobrellevar esta enorme tristeza. Me dijo que aceptara el llamado y pensé en mi compañera Isabel, que me dice de vez en cuando que yo tengo un llamado, ¿Cuál llamado?, que debo escucharlo, ¿pero cómo en medio de tanto ruido Vicentino? Me dice que el llamado es algo profundo y fuerte que siempre  buscamos responder, la misión de hacer algo, ser alguien que no visualizamos aún, con claridad hasta no escuchar esa voz. De pronto algo que hacemos por pequeño que sea responde a ese llamado. 

Luego de que me calmé un poco, aparecieron los recuerdos del Mono, el profe Ricardo y Ligia quienes me ayudaron a empujar al pequeño niño tigre para que regresara adentro de mí.  Acá lo tengo, guardado en mi pecho. Él niño adentro de mí aceptó las condiciones y justo ese día decidí llamar a mi editor, le dije que en la portada el nombre de mis nuevos cuentos debía decir Cavisa y él accedió, pero había condiciones jurídicas, debía escriturar el seudónimo, debía hacerlo en Notaría, pagar un dinero, pedir que me trajeran el registro desde Bucaramanga. Y al fin, después de todas esas tareas, en una notaría firmé el día de hoy la escritura de seudónimo y oficialmente soy Cavisa. 

Tuve sentimientos encontrados, estaba solo, sin Isa, sin nadie, solo la abogada de la notaría, quien se percató de mi emoción y me dijo que me entendía, que ella sabía lo que debía estar sintiendo, una abogada desconocida comprendió que de algún modo estaba salvando al niño, que estaba abrazándome a mí mismo, encontrando el sendero perdido de ese camino que vine a recorrer en esta vida. Qué extraño que algo tan simple como un nombre, un juego de palabras, logre cambiar una vida, y la de aquellos que me rodean.

Mi nombre es CAVISA, el creador, el soñador de mundos,  y lo defenderé a muerte de aquellos que quieran desprestigiarlo, arruinarlo, distorsionarlo, porque me costó la vida, me costó un padre, me costó sueños, construirlo y tras ese seudónimo poderoso y simple deviene mi obra.




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