LA VENTANA AL REVÉS
LA VENTANA AL REVÉS
Por: Carlos Vicente Sánchez H.
Docente Universidad del Tolima CAT Pereira
Director del Bibliobús Trazasueños Pereira
Uno podría empezar este artículo con la estrofa
de la canción de Fito Paez “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a
ofrecer mi corazón” Pero a riesgo de caer en un lugar común, peor aún; en un
sacrificio reiterativo que suele hacer el docente, diré que, en estos días de
peste y cuarentena, es precisamente el corazón lo que no se puede dejar
guardado.
Ante la avalancha de bits, megas, redes
sociales, mentiras y actividades que se sobrevino con el Covid 19, también
surgieron los retos, y uno de ellos es el de saber cómo aprovechar la coyuntura
para replantear nuestras existencias y de paso nuestro devenir pedagógico. Es
decir, que esta crisis nos empujó de manera brusca e inevitable a un futuro tecnológico
que estábamos tratando de evitar a toda costa y para el cual no estábamos
preparados.
Con la pandemia se evidenciaron dos cosas que
no son menores: La terrible desigualdad social que padecemos en nuestras aulas
y universidades. Lo segundo ha sido la presión que ha recaído sobre el cuerpo
docente del país, que ante la emergencia han tenido que soportar una carga
laboral repentina y no prevista que los ha puesto frente a la ventana negra,
tratando de cerrar los huecos dejados.
De cara a lo primero, hay mucho qué decir y
todo tiene que ver con la corrupción. Pero, quizás lo más complicado es abrir
los ojos y descubrir que durante años no fuimos capaces de construir una
sociedad equitativa, gracias a… bueno ya saben a quiénes. Pero, alguien podría decir que estamos mejor
que hace dos décadas atrás. Quizás tenga razón y debamos asentir con una
insoportable resignación. ¿Si estamos mejor? Se preguntará un profesor que debe
transitar los senderos rurales por horas para ver el colegio abandonado. U otro
que no solo debió soportar el miedo de la violencia por décadas, sino ahora el
de un virus invisible que terminó por ahuyentar a sus estudiantes.
Frente a este tema de inequidad y desolación,
surge la necesidad de brotar de entre el fango, no bajo los criterios del
coaching, que tanto quiere imponer un ministerio de educación y un mercado monstruoso,
sino del superviviente que solo anhela mantenerse de pie, con un soplo de vida,
sin un plan claro. Lo paradójico es que en este momento todos quisieran estar lejos,
en el campo, pero es en el campo en donde precisamente no están todos. Es
decir, ese “todos” que son como fantasmas, voces, bits, pixeles que se hacen y
deshacen en una nube lejana que orbita sobre nosotros, esa piel de fantasma que
llamamos red. Y ese, es precisamente el terreno a conquistar, no importa lo
efímero, falso, inconsistente que pueda ser. Un lugar de arenas movedizas en el
cuál deberemos intentar sembrar, ante todo, un nuevo ser. Bauman debe estar revolcándose
de risa en su tumba líquida.
Pero, la corrupción, porque no fue otra cosa,
no solo impidió que nuestros avances tecnológicos, representados en
computadores para la gente, zonas wifi, tablets, bibliotecas virtuales, tan
propios del sector urbano, no llegaran a las periferias ni a las zonas rurales
en las proporciones requeridas, sino que nos dimos cuenta que estábamos parados
sobre cifras falsas de los prodigiosos alcances de unos gobiernos que hacían
fiesta con sus inflados programas virtuales. Ahora lo tecnológico resultó ser
la medida de una brecha social que dejamos abrir con nuestra falta de educación
ciudadana, democrática y ética.
Alguien dirá que, (siempre alguien dice) en las
comunidades hay niños y jóvenes con más celulares y televisores, en vez de
comida. Y pude ser verdad. Pero, también es cierto que durante años nos
olvidamos de darle un buen uso pedagógico a semejante herramienta, (preferimos
exigir que no ingresaran con esos aparatos a clase, en vez de hacer provecho de
ellos para el aprendizaje, los satanizamos) y tampoco el Estado hizo mucho para
dejar un escenario posible, como consecuencia perdimos años de avance y ahora
nos enfrentamos a un hecho inédito, en el que cualquier uso tecnológico podría
ser útil. Pero también es cierto que el reto debe ser una apuesta pedagógica
sin precedentes en la cual lo último que podemos perder es la libertad, como
invita los postulados de Freire y Focoult.
Saltamos repentinamente de un pensamiento
binario, en el que éramos sujeto y significado, a un pensamiento unario, en el
que somos sujeto y espejo, atados a una ventana en donde me simulo, y el Covid,
esa cosa orgánica descifrable solo por científicos, terminó siendo un bucle que
nos adelantó el vacío. Ahora todos deben estar conectados y el papel del
docente deberá ser el de impedir que se pierda la humanidad frente a esta realidad,
el maestro deberá lograr por encima de cualquier cosa, formar sujetos sensibles
que sepan trabajar, estudiar, interactuar en red, no imbuirse en ella para
terminar esclavos a los intereses de algo o alguien. Es decir, deberá ejercer un
papel revolucionario, no reproductor.
Hay pruebas de la manera cómo viven los
esclavos de Japón, jóvenes encerrados en pequeños cubículos de enormes
edificios de cajones y cuyo único asomo es una pantalla de computador que hace
las veces de ventana, pero al revés. Esclavos asalariados a los que no les
interesa vestir de manera diferente y que, en caso de crisis, pueden asistir al
bosque de los suicidios y liberarse. Dicen que hay maquilas flotantes en el
mar, en enormes barcos adecuados para ser fábricas de dinero, ocupadas por
miles de chinos obreros que en caso de rebeldía terminan arrojados al mar, como
en los viejos tiempos. Marx tenía razón.
En Colombia no distamos mucho de esa realidad
que nos sobreviene, pero, paradójicamente nuestro atraso, es nuestra posible ruta
de escape. Sin embargo, esta no se puede trazar sino logramos configurar un
escenario pedagógico diferente, basado en la lectura y la mediación consiente,
y ante todo en un postulado de libertad y ética que se logra a través de la
solidaridad. Es necesario que la presión de las reivindicaciones sociales
también le apueste a la consolidación de una red, representada no solo en una interconectividad,
sino en dimensionar el concepto de red que será el que va a regir el futuro
social de nuestras comunidades.
El docente, por su lado, ya no puede ser un
foco de poder, deberá bajarse del pedestal y convertirse en un inspirador de
conocimiento, no un coaching, ni un depositario de conocimiento (ya google nos
sobrepasó), sino un mediador entre la red y el sujeto, un guía que ayude a traspasar
semejante mar y salir airosos y transformados. Margarita Maass habla de la red
como una capa neuronal en la que una idea poderosa estimula otras neuronas,
activándose así una transformación social y cultural. En ese sentido, el
docente debe convertirse en parte de esas neuronas, no en la gran neurona, Nigromante
ciber punk portador de poder, al servicio de es Inteligencia Artificial que se
convierte en un monstruo, porque sufrirá del rechazo y no encenderá la capa. Esa
red es humana, física, con sentido. Pero, el problema para alcanzar una
revolución cultural de estas dimensiones radica en la lectura.
Ong (2011) clasifica la
oralidad en dos momentos, dos oralidades, la primera cuando traspasábamos el conocimiento voz a
voz, a través del ritual del encuentro, una oralidad propia de las tribus
primitivas y civilizaciones que aún mantienen apartadas del mundo. La otra
devino con la invención de la imprenta, que exigió la decodificación de las
palabras, la congelación de las mismas a través del texto impreso, para que el
conocimiento pudiera permanecer en el tiempo y traspasar a través de los siglos
el conocimiento. Pero, Havelock (2008) plantea que hemos llegado a una tercera
oralidad y los dispositivos ya no son los libros. Todo inició con la radio, según
Havelock, luego la tele, los computadores, la red… ahora, los twitteres, el
youtube, el Facebook, etc. Nuestra historia de la educación a distancia ha
hecho uso de estas herramientas con cuestionables alcances, uso inadecuado de
las mismas, aburridísimas apuestas pedagógicas, etc. Pero que ha funcionado
para sostener a medias una modalidad que ahora exige lo que en más de cincuenta
años no se ha logrado alcanzar. El problema en nuestro país es que parece que
saltamos de la primera a la tercera oralidad sin mediar o traspasar el libro de
manera exitosa, con serios vacíos en la comprensión lectora que no es otra cosa
que la comprensión del mundo, y esto nos deja en serios aprietos, más ahora, en
medio de una pandemia que exige al docente leer (cuestión que no ha sido fácil)
en todas las dimensiones que el joven ahora lee.
No es cierto, dijo el chileno Cristian Celedón
experto en educación digital, que esta sea una generación nativa digital, esta
es una generación nativa de redes sociales. Pero poco aportan en la
construcción o lectura de un sistema de conocimiento en red. Sin embargo, se
mueven en ella con gran habilidad. Pueden ser convocados de manera clandestina
a conciertos de rap en un parque, encuentro de combos, juegos online y hasta
marchas de protesta. De alguna manera están interconectados, han construido sus
propios sistemas de comunicación. El profesor, por el contrario, no, y peor
aún, está proscrito de esos sistemas, porque su figura de poder le impide
imbuirse en ella y comprender los parámetros bajo los que se mueven
culturalmente en las comunidades.
Esta situación global ha puesto a los docentes
en actitud nerviosa, aun así, considero que surgen grandes ventajas que no
pueden ser desaprovechadas.
La primera, y quizás la más importante, ha sido
la exigencia de la sistematización del conocimiento que el docente debe
alcanzar bajo esta modalidad. Es decir, sus métodos de impartir conocimiento
que poco se han escrito. Escribir ha sido una necesidad a la cual le hemos dado
aplazamientos irresponsables. No es lo mismo el método que utiliza un maestro
de una comunidad periférica de la costa para impartir conocimiento que el que
usa uno del centro de Bogotá, pero, no conocemos dichos contextos
metodológicos, sus secuencias, sus conclusiones, porque tanto leer como
escribir, ha sido una apuesta en deuda por parte de varios, no todos, los
docentes colombianos y Latino americanos, tan acostumbrados a la primera oralidad,
como forma enseñanza. Ahora, con el apogeo de la internet en tiempos del COVID
19, nos vemos obligados a planear, escribir, bajar de google el conocimiento y
luego ponerlo en contexto a través de un sin número de apoyos tecnológicos;
videos, fichas, textos, exposiciones, etc… para que el niño y el joven puedan
comprender y ante todo acceder. El conocimiento queda al fin consignado, sistematizado,
expuesto a la reflexión, crítica, y por qué no a la construcción colectiva. Ya se
es parte de una red de conocimiento compartido, ya el aula no es un laboratorio
secreto para el sometimiento de poder. Ahora cualquier docente puede delatarse.
El panóptico de Focoult está más vigente que nunca, pero esta vez la ventana se
pone al revés.
En esa medida, también el estudiante se verá en
la obligación de hacer argumentaciones más precisas, de escribir, de hacer uso
de todas las técnicas, juegos y búsquedas posibles para expresar lo aprendido.
Escribirá, sin duda alguna, incluso para oponerse, para mostrar su inconformidad,
otros modos de ver el mundo, con terrible o buena ortografía. Y en ese ejercicio
todos; profesores, padres, estudiantes, deberán aprender a ser asertivos en la
comunicación, porque la red no lee ironías, solo memes, ni tiene matices grises
de doble intencionalidad, las suele censurar, y las susceptibilidades flotan a
flor de esa piel del fantasma. Los
afectos entonces se verán en riesgo. Habrá que ser cuidadosos en extremo. El
docente ya no será impartidor del conocimiento, ni de sus propias apreciaciones
políticas de la vida, sino un guía que navegará entre ambos mundos para tratar
de construir un saber conjunto, reformular viejas creencias, establecer nuevas transformaciones,
pero, ante todo, generar un sentido de Autodeterminación en el otro, para mantener
viva la llama de la humanidad desde los preceptos de libertad, no de post
verdad. Un docente capaz de tener criterio para ayudar a definir cuando una
cuestión es verdad o no, cuando un saber es el correcto.
Esto hará más exigente el quehacer docente y los
horarios establecidos no serán suficientes, incluso el celular se convertirá en
un aparato invasivo en el que se deberá atender a padres y estudiantes sin
posibilidad de escape. Entonces se desatarán nuevas exigencias dentro de los
pliegos, nuevas reivindicaciones económicas que alerten sobre la inmediatez.
Los gastos de grandes infraestructuras educativas, mega colegios, deberán
replantearse para una infraestructura de redes. Cambia el paradigma.
El otro reto será el de educar sin el excesivo
afán de contenidos, una educación diferente, adecuada a los tiempos, una
formación amparada en el ser, no en el tener. Eso es una ruptura que dejo
abierta a múltiples opciones.
La ventana se ha puesto al revés, ahora es un paisaje
al interior de nosotros mismos, una mirada introspectiva e íntima que va a
cuestionar nuestra vocación, que va a exigir mayor humanismo y criterio ético
que nunca, porque de lo contrario esa cosa llamada Inteligencia artificial nos
vencerá y la pandemia será peor, arrojará esclavos sin ton ni son que perderán
en primera instancia, su propia autonomía.
Es ahora, más que nunca, ahora que se funda un
nuevo universo pedagógico, atravesado por lo tecnológico en todas sus
dimensiones, en el que se debe poner el corazón, es decir que ese monstruo de microchips
llamado red, deberá tener alma, y en ella está un docente humano, intenso,
activo, precioso, capaz de darle un impulso a esta humanidad que exige mayor
sensibilidad y sentido en vez de extraños mercados, con sus campanas, guerras,
violencia y destrozos. El mundo ya habló y pide que nos miremos a través de esa
ventana al revés.
Bauman, Z. (2013). La cultura en el mundo de la
modernidad líquida. Mexico, Buenos Aires: Fondo de cultura económica.
Maass, M. (2006). Gestión cultural, comunicación y
desarrollo. Mexico.
Foucault, M. (1999). Los intelectuales y el poder. En Estrategias
de poder. Obras esenciales. Volumen II (págs. 106-115). Barcelona: Paidós
Havelock, Eric A. (2011) La musa aprende a escribir
Ong, Walter J. (1997) Oralidad y escritura,
tecnologías de la palabra.
Havelock, Eric A. (2011) La musa aprende a
escribir.
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