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Cuento El tuerto Tulio

                                                             EL TUERTO TULIO



Carlos V. Sánchez 
(Cuento publicado en La Chambrana)

El balón, después de burlar un intento de gol, rodó como espantado hasta un rincón de arbustos en donde mis amigos y yo esperábamos ansiosos a que ese grupo de viejos finalizara el aburridísimo partido de fútbol que jugaban aquel domingo en la cancha empolvada, contigua al lago.
Los fundadores del barrio, los colonos que levantaron ladrillo a ladrillo cada una de las casas de La Pradera, se reunían en la cancha pelada los domingo a jugar fútbol. Veintiocho hombres armaban dos equipos; los de sin camisa contra los de camisa. Jugaban desde temprano,  hasta que la sirena de la fábrica de galletas sonaba a eso de las doce, anunciando el final de la recocha.
A la cancha le decían el peladero, pues ya estaba gastada de tantos partidos, de tantos guayos repelándola, de tanta carrera, de tanto gol sin fama, de tantas piernas resentidas, por correr detrás de un balón que rebotaba siempre lejos, siempre impredecible, por aquel terreno insoportable, lleno de piedrillas y arena, tan irregular como la misma superficie de la luna.
            El partido no quería acabar, ni los viejos envejecer, y nosotros bostezábamos desperezando las ganas de meternos a jugar de una vez por todas. Uno de los señores que vino a recoger la pelota, se percató de nuestros rostros aburridísimos.
            ⸻ ¿Por qué no acaban con esa recocha tan mala?  
El hombre me miró como si en sus ojos habitaran miles de recuerdos llenos de puñales, en su rostro se dibujaron líneas que parecían letras y en su boca un gesto como de reloj sin manillas del tiempo. Después de arrojar el balón a sus compañeros, casi con un gesto de resignación, dijo que nos iba a contar una historia.
⸻ Voy a contarles una historia, chicos ⸻ ... así dijo él, como sí su voz fuera de polvo  ⸻  Es de espanto. Sucedió aquí, en ésta cancha, hace mucho tiempo.  
Nosotros nos quedamos petrificados, porque no parecía que el viejo fuera a contarnos una historia, sino a enterrarnos uno de los miles de puñales que habitaban en su memoria.
⸻ Ha pasado mucho tiempo, pero parece que fue el domingo pasado  ⸻. Dijo él, mirando a la cancha como quien ve un calendario y cae en cuenta de que se le cayeron los días
 “…Sucedió aquí mismo. Llovía intensamente, pero eso no impedía que se jugara.  Las nubes amenazaban con caerse del cielo justo encima de todos y un trueno parecido a una carcajada sonó como si los diablos hicieran barra desde alguna tribuna detrás de las nubes. El barro se alzaba entre los pies haciendo que todo fuera más pesado que de costumbre. Éramos treinta en la cancha, quince contra quince y cuál de todos más malo para jugar. Entre los jugadores había uno en especial al que le decíamos el tuerto Tulio. ¡Ay! el tuerto Tulio; blanco y resbaladizo como la mantequilla, robusto, gigante, calvo. ¡Hacía unos golazos con la cabeza! Pero, él era el más reconocido, peligroso y temido busca pleitos de todo el barrio. Lo llamaban así porque cada vez que iba a iniciar una pelea, guiñaba el ojo derecho y emitía una mueca espantosa, diciendo: “¡Póngala como quiera!” Y la pobre víctima quedaba como hipnotizada, a su merced, sin saber si correr o enfrentarlo... Todos le temían a aquel guiño endiablado, porque era como una marca de muerte. ¡Ay del que se las viera con el tuerto Tulio! Al pobre contrincante no lo volvíamos a ver al siguiente domingo. 
“Ese tipo jugaba descalzo, y se abría paso a pescozones entre la defensa que lo marcaba sin éxito, gritaba como un alma en pena y cada grito suyo era una maldición que caía como látigo sobre todos los jugadores. Siempre fue por culpa del tuerto Tulio que se acababan los partidos, pues daba inicio a las ya conocidas riñas de la cancha de La Pradera. Lo único bueno de él, eran sus goles de cabeza. Aquel domingo el partido iba empatado y Manetrapo; el arquero del otro equipo, que por el apodo ya se pueden imaginar lo malo que era, hizo un mal saque, el cual fue interceptado por…”
⸻ ¡El tuerto Tulio! ⸻ gritamos al unísono.
⸻ No… El cojo Martínez. –corrigió él arrugando su frente aún más, molesto por la interrupción. Luego de una pausa, como si recogiera un pedazo de su memoria, sonrió y continuó.
“¡Ah! El cojo Martínez, chicos, era un moreno duro como el ladrillo y escurridizo como la arena, un poco bajo de estatura, su pierna derecha era la más corta y, jugaba como los dioses... Él era capaz de parar el balón como deteniendo un globo, hacía de todo en la cancha: treinta y unas con el pecho, bicicletas, túneles, sombreros, empanadas, buñuelos y hasta goles. ¡Y no exagero! Se trataba del mejor jugador que haya pisado la cancha pelada de La Pradera. Alegre como nadie, nunca faltaba a una recocha. Por eso odiaba que el Tuerto Tulio terminara los juegos con un pleito. Detestaba las peleas, prefería, cuando se calentaban los partidos y se armaban los tropeles, calmar a la gente. Sin embargo, ambos se odiaban hasta las entrañas. Aunque se podía decir que todos odiaban al Tuerto Tulio y él los odiaba a todos.
       “ El cojo Martínez tomó el balón entre sus piernas, avanzó peligrosamente sobre el área contraria, esquivando tres jugadores y luego otros dos más, pero cuando estuvo frente al arco y ya todos esperábamos el gol, de repente, emergiendo de bajo tierra, camuflado por el barro y como si fuera el mismísimo Satanás, surgió la imponente figura del Tuerto Tulio, quien interceptó el peligroso avance del cojo Martínez, no sin antes propinarle una tremenda patada a su pierna más corta, mandando de paso el balón lejos del peladero, cañada abajo.
⸻ ¡Tuerto...! ⸻ gritó el cojo, quien había caído al barro aparatosamente ⸻.  ¡Casi me sacas las tripas! ⸻ reclamó furioso.
  El tuerto Tulio le guiñó el ojo derecho y le dijo:
 ⸻ ¡Póngala como quiera!  
Luego, tocó la cara del cojo quien no soportó la agresión y se lanzó contra él, con tan mala fortuna que resbaló en el intento. El tuerto aprovechó aquel mal paso para asestarle un golpe al caído cojo, pero patinó también cayendo al suelo y, en defensa de sus compañeros, ambos equipos se lanzaron unos contra los otros en un nuevo tropel que pronto comenzó a cobrar ciertas desproporciones. Se desató el aguacero y un trueno, o un grito que pareció un trueno detuvo la gresca.
            ⸻ ¡Oigan! ¿Y el balón? ¿En dónde está el balón?  ⸻ preguntó alguien desde el tumulto de puños y piernas.
 ¡Cayó a la quebrada! ¡A la Víbora! –advirtió otro..."
De todo puede pasar en un peladero, menos que se pierda el balón. ¿Comprenden? Y menos a La Víbora. Así bautizaron a la quebrada que alimenta al lago y rodea la cancha, la misma que tiende a crecerse e inundar algunas cuadras del barrio y otros barrios de la ciudad, sobre todo cuando llueve de la manera que iba a llover ese domingo en la mañana.
“El tuerto sonrió con cierta bronca, señalando al cojo Martínez.  
            ⸻ Espéreme ahí un momento... ya vuelvo ⸻ dijo guiñando el ojo ⸻ . Luego, se tiró cañada abajo a buscar la pelota. Los demás, ya más calmados, esperaron en silencio a que el balón regresara. Entonces escucharon la resonante voz del Tuerto Tulio gritar desde las profundidades de los matorrales:
       ⸻ ¡Ya les tiro la pelota, partida de pelotones!
“Y todos vieron entre el chubasco de agua, los rayos, los truenos, las nubes grises y la bruma de los presentimientos, al embarrado esférico hacer una elipsis en el aire y caer.
El Cojo Martínez fue el primero que tomó el balón entre sus piernas, aprovechó la desacomodada figura de la defensa, se abrió paso entre el pantano y cuatro torpes marcadores incapaces de detenerlo, hasta que tuvo el arco a toda su disposición. Frente a frente quedaron el Cojo Martínez y Manetrapo. El área estaba despejada, tan solo era patear y eso iba a ser gol. Un toque al costado y nada más para que fuera gol. Pero…”

El hombre se detuvo en seco, mirando hacia la chimenea de la fábrica de galletas. Un gesto de desconcierto nos envolvió a todos, lo miramos con cierta furia.
       ⸻ Hasta ahora  no me espanta ⸻ dije en tono de reclamo y él continuó como si no le importara.
 “Manetrapo era el peor arquero que hubiese podido jugar en la cancha. Era tan malo que le hacían goles por entre las piernas, por entre las manos, por entre  los ojos, por entre… en fin, era malo. Siempre quiso ser arquero, y lo único que soñaba era con tapar el gol de su vida, aquel que le valiera el respeto de su equipo, así fuera por un domingo y nada más.
“Estaba justo al frente del mejor delantero del equipo contrario, y esa era su oportunidad. El Cojo Martínez pateó el balón que se dirigió como un proyectil hacia el arco y, como adivinando la curva irregular de aquel disparo, el arquero se lanzó hacia el rincón izquierdo de su arco, atajando el tiro de gol, abrazando al fin el balón.
¡Lo tapó! ¡Tapó el tiro! ⸻ aclamaron sorprendidos sus compañeros ¡Huy Manetrapo, te luciste!  Le decían. Y él sonreía orgulloso mientras que el cojo Martínez estallaba en cólera por no haber podido aprovechar la oportunidad.
⸻ ¡El balón está pesado! ⸻ gritó excusándose.
“El juego aún seguía empatado, faltaban unos pocos segundos para que la sirena de la fábrica de galletas, la que siempre ha estado ahí desde que fundamos el barrio a su alrededor, sonara para anunciar el medio día, el descanso de los obreros que trabajaban el domingo y el final del partido de los que ni trabajo teníamos.
Manetrapo, orgulloso de aquella atajada, la soñada por él, saludó a sus compañeros, imaginando la charla alrededor de él mientras era invitado a tomar cerveza en la tienda de don Aníbal. Ya quería sentir las palmadas de sus compañeros en la espalda, felicitándolo, ya quería escuchar la hazaña en la voz de sus más criticones amigos, salvarse al fin del madrazo y el coscorrón del tuerto Tulio que siempre le reprochaba su manera de tapar,  y ver la cara de disgusto del cojo Martínez,  su peor verdugo. Sonrió feliz, se dispuso a hacer el saque de arco, tomó el esférico entre sus manos,  caminó tres pasos y justo en aquel instante, se dio cuenta que lo que había atrapado entre sus manos no era un balón, sino la cabeza del Tuerto Tulio.
“Un trueno, muchachos, luego dos. La lluvia azotaba más fuerte. La mañana se hacía más oscura. El tuerto o más bien su cabeza, tenía cerrado el ojo izquierdo y parecía preguntar con rabia ¿quién le había cortado la cabeza, quién? Manetrapo, espantado, arrojó de cualquier manera aquella horrorosa cabeza a la cancha, lejos de sus manos, con un grito ahogado por el susto.
Todos creyeron que se trataba de otro mal saque de Manetrapo, y el cojo Martínez, quien merodeaba aún el área, corrió dispuesto a aprovechar esa nueva oportunidad, corrió de prisa  y con todas las ganas de mil Pelés, de mil Maradonas... mejor aún; de miles de esos jugadores anónimos y rabiosos que juegan en los peladeros del mundo, pateó la cabeza  e hizo el gol.
¡Gol…! Todo su equipo gritó victorioso y el arquero aún permanecía mudo, estático, pálido. No lo podía creer, le habían marcado el gol con una cabeza. Los de su equipo manoteaban furiosos, alegando por ese otro mal saque de Manetrapo. ⸻¡Malo! ⸻ le gritaban.
            “¡Era una cabeza!    Pensaba aterrado,  una cabeza... Quiso explicarles a todos, pero nadie lo escuchaba, su voz era apenas un silbido ahogado en medio de la lluvia.  Entonces, se le ocurrieron aquellas palabras que pueden detener la recocha de un peladero en cualquier parte del mundo.
⸻ ¡Ese gol no vale, ese gol no vale!  ⸻ gritó al fin, con la voz quebrada por un llanto que estaba atascado entre el orgullo vencido y el espanto liberado.
El cojo volteó furioso, su equipo lo siguió, se detuvieron frente al arquero.
⸻ ¿Cómo así que ese gol no vale? ⸻ preguntaron molestos.
Manetrapo explicó, casi tartamudeando, que el gol se lo habían hecho con una cabeza.
⸻ ¡Pero, si fue un tiro al arco con mi pierna más corta! ⸻ reclamó el cojo.
⸻ ¡No! Lo que usted pateó no era un balón. ¡Era una cabeza! La cabeza del tuerto Tulio... ¡Mírenla!  ⸻ Señaló el bulto redondo que posaba bajo los tres palos y luego,  Manetrapo comenzó a vomitar.
“La sirena de la fábrica lanzó al fin su prolongado aullido que hizo enmudecer a todos en la cancha. El partido había terminado. En ese instante se percataron de que el tuerto Tulio no estaba por ninguna parte, que andaba perdido desde que había ido a buscar el balón a la cañada. Todos se acercaron a observar la supuesta cabeza y, ahí estaba ella, incrustada entre los matorrales y el barro.
“Sí, esa era la cabeza del tuerto Tulio; tenía tremendo chichón en la frente y guiñaba el ojo como preguntando: ¿Quién le había pateado la cabeza, quién?
“La sirena aulló de nuevo. Todos quietos, en un gesto de terror, como una mala foto gris de decenas de fantasmas que adivinaban su condena. Luego, algunos comenzaron a gritar, otros se persignaban, otros vomitaban. Todos se miraban incrédulos y comenzaron las preguntas de rigor: ¿Quién pudo haberle arrancado la cabeza al tuerto Tulio? ¿Dónde estaba su cuerpo? ¿Quién se atrevería a bajar a la quebrada para buscar su otra parte? Las miradas apuntaban al cojo Martínez, quien se resistía a creer lo que sucedía.
⸻ ¡Fuiste vos Martínez, vos le quitaste la cabeza! ⸻ acusaron unos cuantos.
⸻ Pero, ¿cómo? Si yo todo el tiempo estuve aquí, en la cancha,  no me pueden echar la culpa, yo no fui. ¡A  otro con ese muerto! Si de algo tengo culpa, es de haber cogido esa cabeza a patadas, pero creí que era el balón, como todos. 
“Y si lo piensan bien, el cojo Martínez tenía razón. Fue él quien recibió la cabeza y no se le podía culpar de otra cosa que de jugar con ella y hacer un gol. Después de unos tres truenos, pocos valientes se decidieron a bajar a buscar el cuerpo del tuerto, armados de palos.
            Segundos después que se hicieron eternos, un grito se escuchó desde el fondo de la cañada.
⸻ ¡Ay! ¡Encontré el cuerpo del tuerto¡ ¡Encontré el cuerpo del tuerto!    
Quien gritaba era Marcapasos. Le decían así porque era un tipo muy flaco y cada vez que respiraba se veía como se le movía el músculo del corazón. Jugaba sin camisa.
“ Todos corrimos cañada abajo, incluso el Cojo Martínez.
 ⸻ ¿Dónde? ⸻ Preguntamos entre espantados y curiosos. Marcapasos señaló con su dedo tembloroso el curso de la quebrada y con su voz entrecortada dijo:
⸻ ¡Se fue corriendo! ¡Por ahí...! ⸻ Lo miramos en silencio sin dar crédito a lo que escuchábamos, sus ojos estaban desorbitados de terror. Ahora sí parecía que el corazón, sin exagerar, se le fuera a salir del pecho al pobre Marcapasos.
⸻  ¿Quién?  ⸻ preguntó alguien
⸻  ¡El cuerpo! ¡El cuerpo del tuerto! ¡Salió corriendo! ¡Por ahí!
 “Nos empinamos y vimos en la distancia el cuerpo gordo e imponente pero sin cabeza del tuerto Tulio, correr quebrada abajo, con el balón entre sus manos, buscando tal vez su cabeza. El cojo Martínez aterrado como estaba, arrastrado por la locura del momento o por el afán irremediable de jugar, qué sé yo, tomó la más extraña decisión; subió hasta la cancha, cogió la cabeza del Tuerto y se fue corriendo tras el cuerpo del tuerto gritándole que volviera.
⸻ ¡Venga tuerto! ¡Aquí está su cabeza! ¡Vuelva! ¡No dañe más las recochas! ¡Regrese!  ⸻ Y le rogaba a gritos, con llanto,  que les dijera a todos quién le había quitado la cabeza, que ahí estaba, que se la pusiera. Así, en medio de los terribles gritos, se perdieron quebrada abajo, el tuerto Tulio y el cojo Martínez.  No los volvimos a ver nunca más.
Algunos dicen que quien realmente cortó la cabeza del tuerto Tulio, permanece entre los veintiocho jugadores que aún se reúnen cada domingo en la cancha, cuentan otros, y puedo dar testimonio de eso, que a veces, cuando el balón cae a la cañada, un recoge bolas misterioso e invisible arroja desde la quebrada el esférico para que todos sigan jugando, pero hay ocasiones, cuando los ánimos están calientes, que en vez de un balón, lo que cae al peladero es la cabeza del tuerto Tulio.” 

El hombre seguía mirándonos con esos ojos afilados, como si en cualquier momento se fuera a arrojar sobre nosotros dispuesto a arrancarnos la cabeza.

⸻ Por eso jugamos cada domingo en este peladero, hasta que suene la sirena  ⸻ dijo él, con el entusiasmo de un condenado a muerte  ⸻…esa es la pena que debemos pagar. No importa si somos malos o buenos, si nos gusta o no el fútbol, lo que importa es que jamás se nos olvide el tuerto Tulio.

Un grito de gol se escuchó casi al mismo tiempo que la sirena de la vieja fábrica de galletas. “¡Perdimos Manetrapo, por su culpa!  ¿Dónde andaba?” Le gritaron al viejo, quien nos sonrió casi que con perversidad.
 ⸻ Si no me creen y quieren jugar acá, los  esperamos el próximo domingo, temprano. Dicen que va a llover...  
Manetrapo se alejó sumergiéndose como una sombra entre el polvo levantado del peladero. Los veintiocho ancianos se marcharon caminando bajo el sopor del medio día, abrazándose algunos. Se refundieron entre una nube de polvo, como recuerdos en un estante olvidado. Aquellos viejos eran cada vez más distantes, sus voces de tierra y años, sus pasos de guerreros cansados, sus cuerpos un tanto arqueados, y la arena sobre sus humanidades condenadas, los hacían ver como lejanos fantasmas que se negaban a desaparecer de repente.

Una valla a lo lejos, anunciaba la construcción de un conjunto cerrado sobre el peladero. La cancha quedó vacía, pero mis amigos y yo preferimos bajar a la cañada, para buscar la cabeza del tuerto Tulio.

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